martes, 8 de enero de 2013

Confieso que he bebido.

Pasada la resaca de estas fiestas y con el ánimo más sosegado, siento que casi he saldado una deuda (saldarla por completo es imposible) una deuda que la vida tenía conmigo. De niño, como todos, yo adoraba a estos personajes, me refiero a los Reyes Magos y a Santa Klaus o Papá Noel o como otros lo llamen. Más tarde, como adulto y padre, les respetaba... joder, ¿acaso no eran los protagonistas de las noches más felices de nuestros hijos? llenaban sus vidas de regalos y felicidad, Dios mío, aquellas sonrisas, aquellas caritas iluminadas. Ellos eran casi único bueno que había en este mundo, hacían felices a los niños ¡sniff...! a nuestros hijos. A nosotros como padres, nos tocaba bailar con la más fea, teníamos que educarles, ayudarles con los deberes, bañarlos, acostarlos temprano, llevarlos a karate, a piano, o a clases de ballet, al zoo, (antes todo esto era posible) y no os digo durante la adolescencia, los conflictos no tenían fin. Nuestros hijos acababan odiándonos, jódete, después de trabajar durante años 14 horas diarias, incluso muchos fines de semana, ahorrar para la hipoteca, el coche, las vacaciones etc. (antes todo esto era posible) y naturalmente para comprarles los reyes y los regalos de navidad... sí, sí, joder porque los Reyes y Papá Noel somos los padres, nosotros pagamos (con mucho esfuerzo) y ellos se llevan el mérito y el amor de nuestros hijos y los centros comerciales nuestro dinero... y a nosotros ¿qué nos queda?... de hecho para nuestros hijos estos tipos y el primer beso son sus mejores recuerdos. Nosotros somos sus padres, algo que odian casi toda su vida y para colmo es también a nosotros a quienes un día nos toca sentarnos frente a ellos y crearles la mayor frustración de su existencia... "hijo mio los Reyes (y el gordo) no existen". Yo he tenido que esperar a estar muerto para vengarme.
  No espero que me comprendáis... ni me importa.

 

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